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Fuegos que lo devoran todo
Una bocanada de humo con sabor a carne quemada provocó el carraspeo involuntario de Eran, separando su boca del instrumento que había sembrado el caos al compás de sus hábiles dedos. El viento dispersó esa atmosfera mientras que su respiración se iba tranquilizando, e iba tomando control de sus sentidos y sus movimientos, previamente usurpados por los efectos del azúcar de los pasteles de las Sagas y el odio que sentía hacia ellas. Aún sostenía su flauta con adornos reptilianos con fuerza, como si en cualquier momento una sonría diabólica seguida de algún maleficio pudiese aparecer entre las pocas hogueras que aún humeaban en los campos próximos al molino. Giró…
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Lágrimas del dragón divino
Tercer Acto – «Venganza» 復讐 El ascenso hacia la montaña de Ako fue una prueba de resistencia y determinación. Los senderos serpenteantes y empinados obligaban al grupo a avanzar con cautela, sorteando rocas sueltas y tramos resbaladizos. El sol ardiente y el aire cargado de humedad aumentaban la sensación de fatiga, pero Kai y sus compañeros perseveraron, alimentados por la esperanza de alcanzar su destino. A medida que ascendían, el paisaje cambiaba a su alrededor. Los árboles se volvían más densos y frondosos, ocultando el cielo con sus copas verdes. El canto de los pájaros y el murmullo del viento entre las hojas llenaban el aire. Los primeros años con…
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Dormirse en una pesadilla, despertar en el infierno
La frialdad de las supuestas pasteleras, con la que os explican lo que hacen; la falsa inocencia tras sus ojos, con la que os están intentando engañar con cada palabra que dicen; el hedor a icor que inunda la sala… la maldad que rezuma la tierra que pisáis. Todo a vuestro alrededor parece estar corroyendo vuestros corazones, que carga contra vosotros mismos con sentimientos dolorosos, punzadas terribles de recuerdos que no queréis desenterrar. En realidad, no tenéis nada firme que os mantenga allí y, sin embargo, algo os impide iros. Esa infección obnubila totalmente vuestras mentes y, al final, todo estalla. Los niños resultaban estar presos en los pisos superiores,…
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El inicio del fin
Era el día. Tan solo pensar que volvería a ver a Baltharon, un escalofrío recorría todo mi cuerpo. No era capaz de vislumbrar qué era lo que provocaba esta desagradable sensación. Lo que sí tenía claro, es que su mera presencia me incomodaba. Quizás eran esos ojos penetrantes de color ámbar que parecían escudriñar cada rincón de mi cerebro. O ese perfume intenso que inundaba la sala cada vez que nos «deleitaba» con su presencia. O tal vez esa sonrisa inescrutable e incómoda que tan solo él entendía su significado. O una combinación de todo. Cuando quedaba menos de una hora para su aparición, mi madre entró en el cuarto…
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Entre piedras preciosas y mentiras
–No lo olvides, cariño. Espalda siempre recta y sonrisa delicada – me decía mi madre mientras admiraba el pomposo vestido que me había escogido para la ocasión y acababa de ponerme los pendientes de rubí. Los Nardoriel siempre habíamos hecho gala de nuestros modales y más, cuando el invitado era algún adinerado dispuesto a negociar. No podíamos fallar nadie de la familia en lo que debía ser la recreación de la casa perfecta e idílica. –Sí, madre. Espalda recta. Corregí mi postura. Y sonrisa delicada. Sonreí exageradamente para transmitir a mi madre el aburrimiento que me provocaban esas reuniones. Mi madre lanzó una mueca reprochando mi actitud e ignoró por…
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En un mar de sombras
No sé cuanto tiempo haya pasado desde que estoy aquí… No tengo fuerzas, el frío me muerde la piel con tanta fuerza como las ratas y pierdo el conocimiento sin poder saber durante cuánto rato. Los grilletes que me sostienen son firmes y no me dejan apenas moverme, aunque pudiera. Las cadenas tintinean con los espasmos de mi cuerpo. Mis pies no tocan el suelo y la sangre recorre mis brazos en alto. Las heridas en mis muñecas son profundas, no siento los dedos desde hace ya mucho. Comparto esta oscuridad con los gritos de dolor que se oyen a lo lejos. No sé cuánto tiempo haya pasado desde…
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El proscrito de Vallaki
Eran se dirigió a la ventana para comprobar si aún era de noche, ya que la estancia de la abadía estaba aún a oscuras, descubriendo que ya hacía tiempo que había amanecido y que una densa capa de nubes impedía el paso a la luz. Todo apuntaba que hoy tampoco sería un día cálido, o eso pensaba el semielfo frotándose, casi de manera enfermiza, el hombro izquierdo, mientras fríos y grises recuerdos no le dejaban de atormentarlo. El grupo decidió confiar en el pastor de la abadía de Vallaki para esconder a Ireena, hija del antiguo contramaestre de la aldea de Barovia y blanco predilecto del acosador Strahd von Zarovich.…
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El peso del orgullo
Frente a la majestuosa iglesia de Barovia, con sus altos muros de piedra que se alzaban hacia el cielo oscuro, me encontré con una figura ominosa y temible. Strahd, el señor vampiro de Ravenloft, se alzaba ante mí con una sonrisa burlona en los labios. Fue entonces cuando pronunció unas palabras que cortaron más profundo que cualquier arma: «Tu orgullo no te deja ver más allá de tu estupidez.» Mi orgullo Aasimar se vio afligido por esas palabras, pero, antes de que pudiera alzar mi puño en respuesta, mi cuerpo se quedó bloqueado en pleno movimiento. La parálisis se apoderó de mí, y mi mente fue inundada por un recuerdo…
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Otra noche de triste descanso…
Aquel mestizo lo había vuelto a hacer, otra oportunidad de demostrar que había cambiado, perdida. Se dejó caer al incómodo lecho improvisado, mientras se frotaba los hombros con las manos, para intentar quitarse sin éxito aquel molesto frío. Un frío que no le había abandonado desde la muerte de su madre y que se había acrecentado desde su llegada a Barovia. Su mirada se desvió un momento hacia Iraena, quien aún conservaba una pequeña mueca en la cara, un resto vestigial de las múltiples carcajadas producida por la bravuconería de Eran. ¿Cómo iba a plantarse en el Castillo de Ravenloft? ¿Cómo iba a compartir una cena con Stradh? Y mucho…
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Lágrimas del dragón divino
Segundo Acto – «Valor» 甲斐 Con todo esto, Kai, se vio solo con tan solo 9 años. En su aldea nadie quería saber nada del «niño maldito». Al poco tiempo, decidió irse de su pequeña casa. De hecho, ya nunca dormía dentro, no podría haberlo hecho, cuando lo intentaba, solo podía ver a su madre, allí tirada en el suelo. Cubierta de sangre, con los ojos retorcidos y toda ella hecha un amasijo de brazos y piernas. El mismo tuvo que enterrarla, dado que nadie se iba a acercar a ayudarle. Vagó durante tiempo, hasta que los días se convirtieron en meses. Para el, los días solían ser todos iguales.…